lunes, 25 de mayo de 2009

Tarde de mates...




¿Cómo puede ser que el amor/desamor determine tanto nuestras vidas? ¿Algo que parece tan "sencillo" y que, a la vez, sea tan importante? En realidad cabe preguntarnos
si amar es sencillo y,
justamente en estos días estuve pensando que no lo es ya que, antes de amar a otros debemos forjar, desde nuestra infancia, desde nuetras primeras experiencias, el amor hacia nosotros mismos, ese primer gran amor indispensable para lo que viene después.

Susana no me deja en paz. No tolera vernos descansando, disfrutando en casa, viendo TV, en la cocina charlando. Su placer es interrumpirnos esos momentos imponiéndonos tareas: "sacá la basura; limpiá esto, aquello, ya!". Siempre encuentra algo. Siempre falta algo, hay un error o queja. Lo cierto es que ni ella misma puede escapar a esos mandatos provenientes de su propia madre y de ese modo no se pemite descansar ni un segundo. Siempre encuentra algo para hacer y anular las posibilidades de placer, satisfacción, distracción. Siempre encuentra las excusas perfectas para escapar de lo más temido, lo más culpabilizado: el Deseo propio. En su vida no hay lugar para el deseo; hay lugar para el goce. Pero más allá de todo eso, en su vida no hay lugar para el Amor.

Susana, hermana mayor, a la que siempre encargaron el cuidado de su hermano al que sus padres claramente preferían; el podía hacer de todo, ella no; ella era la "mujer" que debía encargarse de la casa, cuidar las apariencias, obedecer. Claro, el mandato por excelencia inculcado: "SIEMPRE tenés que agachar la cabeza, decir 'si' a todo".

¿Con qué concepto de sí misma creció esta niña? ¿Qué relación hay entre este autoconcepto y su vida actual
entregada exclusivamente al trabajo postergando todo tipo de satisfacción placentera? Mucho. Todo. Tiene que ver con todo. Y esto es lo fatal, lo determinante: esta Susana, como muchas, como muchos, no se hace respetar porque le enseñaron a no respetarse a sí misma. No vive porque le enseñaron a no vivir. Y el drama, ahora, es que no deja vivir a nadie en su familia. La trampa de la neurosis. El goce en la histeria. Basta.

Basta. Dejá de limpiar. Permitime que te ayude. ¿Por qué nos despreciás así? Vení, compartamos un momento, nos relajemos un ratito, sentate, dale. No, dejala ahí, no quiero que hagas mi cama ni acomodes mi ropa, ya es tarde, lo haré yo solo. Sentate que puse la pava e hice los matecitos como a vos te gustan, vamos. No, ya te dije que no me molesta llevártelos al patio pero ¿por qué te pusiste a podar las plantas justo cuando cebé esos mates que tanto me pedías?

Voy y vengo. Mate va, mate viene. Al final, es lo mismo, tomamos solos, cada uno por su lado. Yo en la cocina, cebo. Ella en el patio, poda mientras desfila por toda la casa viendo qué mas puede hacer. Así descansa ella. De ese modo hace todo. Sigue y sigue. Continúa haciendo, no se detiene. No para de trabajar. No para de despreciar(se). No para de pedir Amor.

Me atrapaste con la pena. Te amé. Te odio.


Quiero decir mamá.
Por una sola vez
quiero sentir que está,
que no me la inventé.
Quiero saber como es
Tal cual yo la soñé
Y preguntar porqué
No se dejó querer

Mamá, no dejes de soñarme
Mamá, no intentes olvidarme
Mamá, yo soy tu milagrito.
Yo sé que volverás
Mamá, te necesito.

Quiero decir, mamá
Sin ponerme a llorar
Sentir que no se fue
Saber que la encontré
Buscar entre su cara
Sus ojos y después
Volverme chiquitita
Por una sola vez

Mamá, no dejes de soñarme
Mamá, no intentes olvidarme
Mamá, yo soy tu milagrito
Yo sé que volverás.
Mamá, te necesito.

("Por una sola vez" por Agustina Cherri en "Chiquititas")


¿Por qué me hacés tan difícil la vida?
¿Por qué no podés relajarte, experimentar placer y cortar con ese goce?
Dale.
Hacelo, así yo también pueda.
Porque la culpa me mata.
Dale. Animate vos
que yo casi me estoy animando.
Pero parece que nada.
¿No querés, verdad?
No podés.
¿Por qué todo tan difícil?
Hacelo más fácil, por favor
que me estoy volviendo loco.
¿Podés sonreir un poquito hoy?
Dale, regalame una.
Disfrutemos esta tarde, ¿si?
Dejemos los deberes para mañana.
Sentate.
Mirame.
Amame.
Amate.
Te amo.
Está todo bien,
te acepto ese mate.
Pero mirame.

domingo, 24 de mayo de 2009

Lo infinito de la vida



Ese Nahuel que traté en la primera entrada de mi blog, dije, ya no quiere estar solo. Pero me interesaría contarles por qué estuvo tanto tiempo "solo". Al menos yo lo sentí así; viví mi infancia, adolescencia y, hasta parte de mi juventud, con un sentimiento de soledad infinito. No era que no había nadie al lado mío; el problema era que yo me aislaba. No se trataba sólamente de un aislamiento físico, es decir, no era sólo que yo me quedaba en casa los sábados viendo TV o que en los recreos de la escuela permanecía en el aula. No; yo creo que se trataba del peor aislamiento que puede haber: un aislamiento al que me atrevo a llamar de tipo "mental".

En realidad no sé cuáles fueron los caminos que me llevaron a vivir tan aisalado del mundo hasta el punto de "no poder entenderlo". Es cierto que mis padres son (y fueron durante mi niñez) demasiados sobreprotectores, temerosos (antes de salir a la calle nos decían que tengamos precauciones extremas, hasta para cruzar de vereda), exigentes (no nos dejaban salir de casa si no hacíamos toda la tarea, todos los días, y de manera correcta, prolija, ordenada). Seguramente este estilo de crianza haya incidido en este aislamiento, pero no me convence del todo.

Como dato adicional, voy a decirlo, llevo cuatro años de terapia y sería una tontera no animarse, hay que tener en cuenta mi Complejo de Edipo que, creo, recién, a mis 20 años estoy tratando de resolver. Toda mi infancia y adolescencia viví en una relación simbiótica con mi madre; yo temía infinitamente que ella nos abandonara, nos dejara solos (me dejara solo), por esa razón vivía apegado a ella, ubicándome en una posición en la que trataba de complacerla en todo. Estaba demasiado pendiente de ella, de hecho mi vida y estados anímicos giraban en torno a sus palabras, a su aprobación-desaprobación, a lo que ella quería que haga, lo que no quería. En fin, mi vida se iba transformando en su vida; su deseo, en el mío. En esta relación de profundo amor madre-hijo sobraban los otros; sobraba el mundo; mi mundo éramos ella y yo; nadie más, nada más era necesario. Entonces, ahí voy entendiendo un poco más con profundidad el por qué de ese aislamiento mental, tan profundo.

De lo anteriormente expuesto se deduce que la palabra de mi madre tenía todo el peso y poder sobre mi persona. Entonces todos los miedos que ella expresaba (cuidado con la calle, cuidado con los juegos, no te vayas a caer, no te vayas a lastimar, cuidado con el viejo de la bolsa, cuidado con los insectos, cuidado en el viaje...) y sus exigencias (tenés que hacer los deberes bien sino te arranco la hoja, hacé todo, participá de modo que la maestra vea que has estudiado, que hiciste los deberes...qué orgullo de hijo) se inscribían en mi psiquismo de manera inmediata: sus miedos y sus exigencias ya eran absolutamente míos; casi sin dudarlo, yo incorporaba todo lo que ella decía en mi persona. Por supuesto que, tantos miedos, que son exagerados e irracionales, se van transformando en fobias a "todo" y, a la vez, para ser tan buen alumno como ella (¿yo?) quería es necesario aislarse, separarse del resto para cumplir con todas las obligaciones, para ser el alumno que mamá quiere y, además, para que nada me guste; es decir, para que nada más que el estudio me guste, de modo que pueda entregarme completamente a mamá, y satisfacerla, haciéndola sentir orgullosa de ese niño buen alumno que tiene producto, claro está de su creación. Danzan los narcisismos.

Entonces, sumando todos estos factores (después hablaremos de la gran represión y culpabilización de la sexualidad y al cuerpo cono objeto de placer, del cual no debe hablarse, pues es algo sucio) puedo recordar a ese Nahuel que crece aislado del mundo, pegado a mamá. Siempre fue un chico vacío, ya que no permitía que nada le guste más allá de lo que su madre imponía, no dejaba que su falta se complete con nada más que su madre; de hecho, ambos, madre e hijo, fantaseaban con completarse mutuamente, y me parece que esto ya es grave, pero bueno, sigamos adelante para entender la historia. Resumiendo, este Nahuel se convertía cada día en un amargado ya que, aunque no sabía muy bien qué quería, no podía vivir fuera del deseo de su madre, no podía contradecirla, se moría cada vez que ella se enojaba, su mundo se perdía sin ella y él notaba que esto lo estaba haciendo infeliz, que lo había convertido no sólo en un amargado, sino en un sujeto vacío, sin sentido en el camino de la vida; claro, estaba desorientado en el deseo propio...incluso empezaba a odiar a la gente. La amargura crecía de la mano del aislamiento día a día; el panorama era cada vez más difícil para mí. No lograba escapar de ella.

Nahuel ya estaba aislado, pero inevitablemente, tenía que ir a la escuela y relacionarse con otros chicos. El punto era que "no entendía a los humanos". Es un tema muy tratado en mi terapia, de hecho lo abordé la sesión pasada. Yo no podía "entender al mundo", no entendía por qué la gente se relacionaba entre sí, no entendía los temas referidos a los sentimientos, al odio, ni sabía qué era el amor. No le encontraba el sentido a nada, ni al mundo, ni a la gente, ni a los cosas. No le encontraba el sentido a la vida...¿qué es la vida?

Gracias a Dios pude ir trabajando estos aspectos en terapia y, con mucho esfuerzo fuimos derribando una enorme armadura que rodeaba no sólo mi mente, sino que, principalmente, mi corazón, al que no permitía sentir. Si, es cierto que nunca me sentí amado, y es triste también, pero eso sucedió, en parte, porque YO no lo permitía. De este modo, señores y señoras, encontramos otra función del aislamiento: para no sentir amor. ¿Por qué? : Por temor a perderlo. La lógica era así:
prefiero nunca ser amado, a serlo y luego perderlo. Seguramente se trata del amor de mamá...pero ¿por qué lo perdería? Basta recordar su mala relación con papá y sus constantes amenazas de "irse de la casa". Parece que, de chico, preferí no sentir, para no sufrir, cerrarme a los sentimientos, al mundo, a la vida, no querer entender nada sobre las personas, sobre los afectos, el amor, las relaciones. "Yo de eso no sé nada" y así simulo que todo está bien. No hay riesgo de perder nada. Y en realidad, perdí todo.

Fue en el año 2007, cuando ingresé a la Facultad (UNT) que me encontré con un grupo maravilloso de personas, compañeros, profesores que, con la alegría y entusiasmo que observaba en sus vidas, me ayudaron a relajarme, a probar otras cosas, a jugarme más por mi deseo, a sentir aunque sea un poquitito más. Muchas cosas me sucedieron ese año, en otros textos les voy a ir contando . El asunto es que luego de tres años con esta gente maravillosa y de un arduo trabajo psicológico (gracias Sole por el empeño puesto y perdón si te hice renegar demasiado), un día, pude sentir que mi corazón estaba algo más suelto, libre...podía empezar a sentir de a poquito...a sentir a la gente, a sentir amor, odio, ira, ansiedad, culpa, angustia y a saber que todo eso tenía un nombre, una causa, una cura, un apoyo, que podía ponérseles palabras...empezaba a sentir todo eso, a sentir LA VIDA.

Desde ahi comencé a realizar mis primeros conceptos sobre "la vida". ¿Qué es la vida para mí? Aun no puedo definirlo, pero soy capaz de asegurar que ésta contiene sentimientos que nos atraviesan de punta a punta (queramos saberlo o no): sentimientos
infinitamente hermosos (como enamorarse, me pasó) pero también infinitamente terribles, espantosos (como la muerte de un ser amado, ese que no va a volver nunca más). Desde este momento empezaba a posicionarme un poco frente a la vida; esta vez podía hacerlo frente a lo infinito de la misma. Quizás sea una exageración mia, pero es la manera en la que puedo ir entendiéndola configurada, seguramente, por mi imposiblidad (transitoria, espero) de procesas y elaborar esos sentimientos que se me presentan con total ímpetu como si fueran por primera vez.


sábado, 23 de mayo de 2009

¿Quiénes somos?




Uno de los primeros interrogantes que me planteé en todo este proceso es el de la identidad: ¿quién soy? ¿Cómo vamos formando, a lo largo de la vida, ese sentimiento, ese autoconcepto que, además, conlleva a una autovaloración positiva o negativa? ¿Quiénes nos ayudan a decirnos a nosotros mismos quiénes somos? Y Seguramente la cosa comience por casa...


El asunto es que, justamente en casa, mis padres, me enseñaron a ser un chico "muy correctito", con una moral bastante estricta; casi todo estaba prohibido, el deseo bastante culpabilizado, y lo que daba valor a una persona era, solamente, el cumplimiento de sus responsabilidades, de sus obligaciones. El deseo era motivo de sentir culpa. Una crianza guiada por un Superyó bastante agresivo que, cuanto más uno renuncia, exige más y más renuncias, es un circuito terrorífico sin límites. En fin, mi crianza, que, sin duda alguna, fue aceptada por mi, aunque yo sentía que mis ideas eran muy diferentes a la de todos los chicos, que mientras ellos jugaban en el recreo, yo no lo hacía, pues lo veía como algo negativo, como algo digno de culpa...sin embargo no podía saber con precisión de dónde provenían estos pensamientos, yo sólo los percibía y los consideraba correctos. Ellos fueron lo que estructuraron mi persona; fueron esos los valores con los que crecí, con los que concebí al Mundo y la Vida ("estamos sólo para trabajar").


Por supuesto que, para que estas ideas no entren en contradicción con la de otros, es necesario aislarse; sin duda alguna, es de ese modo en el que viví todos estos años, lo que fue determinando una infancia y adolescencia muy oscuras, tristes, carentes de sentido. Sí, señores, en algún momento me dí cuenta que mi vida no tenía sentido, y es que, en realidad, la vida NO TIENE sentido, sino que el sentido hay que dárselo, y yo, viviendo de esa manera, no le daba ninguno ya que, en "mi" Mundo no había lugar para lo esencial: El Deseo, pero esta vez no se trataba del deseo de papá, ni del deseo de mamá...era aun más complicado: se trataba del Deseo Propio.


Toda esta situación llegó a un punto límite, en 2º del Polimodal, cuando se me ocurrió pedir a mis padres ir a una psicóloga. Gracias a Dios accedieron a mi pedido y, desde ese día, estoy en un dispositivo analítico que, hoy, me contiene, pero por el que pasé de todo...Explorar las más remotas y dolorosas experiencias, áreas de mi personalidad, formas de vínculos, luchar tanto, pero tanto por cambiar ideas tremendas, terroríficas sobre mí mismo, sobre los otros, indagar en ese vacío existencial, en ese estado de muerte en el que llegué a consulta, fue terrible. Fue un proceso oscuro, dificultoso, lleno de angustia, ansiedad, desorientación...y es que el camino no se dirigía a cambiar algunas ideas sino a una cuestión más radical: a construirme a mí mismo; sí, de nuevo, ya que podía ver que todos mis pensamientos, valores y demás factores que contruyeron al Nahuel viejo, ya no me servían, no me hacían feliz, y había que modificar casi todo, volver a la vida, salir de ese aislamiento terrorífico y abrirse al Mundo, empezar a conocerlo. ¿El hilo conductor?: suena fácil pero es lo que más me costó (y sigue costando entender): Mi Deseo.


Entonces, antes de ir a la psicóloga existía un Nahuel muy diferente al de hoy, al que está escribiendo estas líneas, resignificando su historia, pudiendo ponerle palabras a su dolor; el Nahuel de hoy es el que se cuestionó todo lo aprendido sobre el "deber ser", incluso sobre sus creencias religiosas, pasando por momentos de escepticismo tremendo y por etapas más compensatorias. El Nahuel de hoy se va a permitir preguntarse las cosas, dudar, en este proceso de apertura y descubrimiento del Mundo, pues, ya se dio cuenta, que el Mundo no es sino cómo cada uno lo ve. Y en esto quiero que me acompañen con sus preguntas, con sus respuestas a las mías, con sus experiencias...Claro, porque este Nahuel, a diferencia del anterior, ya no quiere estar solo...